18 de agosto de 2011

Reflexión

La primera clase.
Por A.Chantal Rosas Rezza.




Han terminado las vacaciones. Comienza un nuevo ciclo escolar en el cual seguimos esforzándonos por la meta que nos trajo aquí, el ser abogado.
Las cuatro de la tarde en punto; hace calor pero el aire acondicionado da un ambiente fresco y cómodo. Nuevas materias, nuevas expectativas, nuevos compañeros, pero sobre todo, nuevos profesores.
Muchas veces hemos oído que es mejor razonar que memorizar; analizar que repetir; pensar antes que hablar… y así, con una pregunta formulada por el profesor, comprobamos que todo lo anterior es más que cierto:

‹‹ ¿Por qué usan reloj de mano? Si ya tienen celulares… ››

Una pregunta concreta y sencilla; pero no por eso, sus respuestas tuvieron las mismas características. Algunos de mis compañeros mencionaron que daba un status social dependiendo la calidad del mismo, otros mencionaron que por practicidad; la mayoría, simplemente, calló. Por supuesto, yo fui parte de esa mayoría; y no era porque no estuviera inmersa en la cátedra; sino que mi mente estaba ocupada en pensar qué relación tenía esa pregunta con la materia.

Si me pidieran que recordara exactamente los argumentos que el profesor mencionó; me sería imposible, sin embargo recuerdo que el propósito del cuero es hacernos ‹‹razonar›› acerca de cómo nos comportamos, para después realizar un juicio de valor acorde las enseñanzas teóricas que veríamos en las próximas clases.

Con el objetivo de hacer la clase más dinámica, realizamos una actividad acerca de cuáles eran los valores que enriquecían nuestra generación y los antivalores de la generación de nuestros padres, este ejercicio, a mi parecer, fue más una autocrítica. Y aunque pudiera ser que mis compañeros fueran sinceros acerca de su opinión o tal vez… no, la verdad no puedo estar segura de dar un juicio acerca de esta idea.

Faltaban treinta y dos minutos para que finalizara la clase, cuando comenzamos con el juego de simular una bolsa de valores.
Divertido, revoltoso y sencillo, pero con mucho fondo. Comentaré acerca de mi conducta durante el juego. Al principio, como toda decisión, necesité un tiempo para pensar que haría con mi boleto que aún no se había catalogado entre los perdedores…. ¿Qué haría? ¿Venderlo o esperarme a que subiera más el precio?

Antes de que pudiera responder, mencionaron mi número, lástima. Mi ambición me hizo perder una oportunidad.

Sin embargo, a los tres minutos se presentó una oferta de comprar otro boleto; aprendiendo de la vez anterior, decidí ser prudente y me favoreció porque enseguida ese número quedó fuera del ‹‹sorteo››.
Sin tener que pensarlo demasiado, decidí ser un agente pasivo, solo dedicándome a observar y a reírme de las actitudes de mis compañeros ante la decepción de perderlo todo por una mala jugada, y a pesar de que me ofrecieron varias veces unirme en equipo para comprar un boleto con mayores probabilidades de resultar el vencedor, absolutamente en todas, me negué. No suelo –ni me gusta− trabajar en equipo.

Podría decir como conclusión que más que un simple juego; me dejó de enseñanza de que al tomar decisiones influyen mucho los valores –o antivalores– que consideramos como primordiales; decisiones en las que, o lo pierdes o lo ganas todo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario